Un problema ambiental y social

Domingo 3 de agosto de 2014
Fernández Balboa. | Reclama acción.
El licenciado Carlos Fernández Balboa, museólogo, magister en educación ambiental y miembro de  Fundación Vida Silvestre Argentina, sostiene que “en todos los casos donde encontramos tráfico, existe una cadena de comercialización con eslabones bastante bien definidos que tienen su origen en pobladores de escasos recursos que encuentran en la captura de animales silvestres un medio de subsistencia. Luego ingresa en el escenario un acopiador o transportista, un vendedor mayorista (en algunos casos), uno minorista y finalmente, el consumidor. Los eslabones están sometidos a los caprichos del mercado que, a veces, no paga nada por un cuero o una piel que demandó un significativo esfuerzo o sacrificio, o bien lo abona por un mínimo de su valor, y los restantes eslabones se quedan con la parte del león”.
El comercio ilegal existe, a su criterio, porque además hay personas que demandan y compran animales silvestres, especies vegetales y productos de la vida silvestre. “Estamos frente a un caso de profunda ignorancia que, paralelamente a  los ilícitos, hay que combatir”.
Relata que en Buenos Aires, uno de los embudos del tráfico se produce en Zárate-Campana, donde abundan las fiscalizaciones de la Gendarmería y de la Dirección Nacional de Fauna (DNF).
Sostiene Fernández Balboa que son víctimas del tráfico para  mascotas silvestres y también subproductos de cueros, pieles y plumas animales prohibidos en su comercialización como el tucán, algunos loros silvestres, todos los felinos, las cuatro especies de monos que habitan nuestro país, las boas silvestres, la tortuga terrestre y  varias especies de pájaros que son requeridos por sus colores o su canto.
“Es importante destacar que no todas las especies silvestres están prohibidas. Por eso, es fundamental informarse. Por supuesto que  especies amenazadas de extinción, ilegales y sin papeles no son comercializables”.
Plantea que ante la destrucción intensa de los ambientes naturales por la  deforestación, el avance de la frontera agropecuaria, el uso de agroquímicos o el efecto de la minería descontrolada, el tráfico de fauna tiene el efecto de una sangría de los recursos naturales, lenta y poco cuantificada en su magnitud o importancia, que sin duda lo tiene.
Fernández Balboa considera que el ciudadano, el consumidor, muchas veces en su accionar no sabe que está siendo protagonista del tráfico de vida silvestre.
Indica que al comprar una lata de palmitos que proviene de una colecta ilegal, al comprar madera de un sitio que fue devastado, al adquirir una mascota “exótica” cuyo origen o cuidados son desconocidos, está siendo protagonista involuntario de este comercio, que devasta progresivamente a la fauna.
Reclama a la Justicia que dicte sentencias o actúe de oficio ante situaciones del tráfico ilegal. Plantea que las sanciones bajas no desalientan a los transgresores de las leyes de fauna.

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