Jesuitas: historia y leyenda

jueves 02 de mayo de 2024 | 6:00hs.

En el siglo XVI se difundió el opúsculo conocido como “Mayo Espiritual” en ciertas regiones de Europa. Fue con la idea de conmemorar este mes de manera especial a la Madre de Dios. A principios del siglo XVIII, los jesuitas componen las primeras codificaciones de rezos y cánticos para la conmemoración del Mes de María.

Nuestra historia relata que en 1612 llegaron a la región del Guairá -actual Estado de Paraná, Brasil- doce sacerdotes de la Compañía de Jesús, muchachos que no pasaban los 26 años de edad. Lo hacían como fieles soldados del ejército de Cristo, pues, símil a un régimen militar, el comandante superior de la Orden detentaba el cargo de General, debiendo obediencia debida únicamente al Papa. Ellos iniciaron la misión evangelizadora de catequizar a los originarios de la selva y aglutinarlos en pueblos dignamente construidos, que fuera la admiración de quienes conocieron.

Basados en las virtudes de la moral cristiana, practicaron un régimen socialista y humanista único, jamás aplicado hasta hoy día por otras naciones del planeta, La Nación Misionera y Guaraní.

Comandaba al grupo como jefe y guía espiritual Antonio Ruiz de Montoya, el más veterano de todos ellos de sólo 26 años de edad, e integrante de una acomodada familia del Virreinato del Perú. Por un destino manifiesto abandonó placeres y riquezas para meterse de cura y adentrarse a la mar de la selva, con el objetivo de catequizar a quienes no conocían a Cristo, de acuerdo a los designios de su fe.

Cuenta la leyenda que llegaron con Antonio dos amigos entrañables: Andrés, de riquísima familia y buen vivir, a quien la transmisión oral atribuye de ser el primero en acercarse a un originario guaraní en la región: Un niño de nombre Ñaroí, hermano de Aguaraí, de la estirpe de los Ñaró. Y según rumor de los últimos Chamanes, fueron ancestros de Andrés Guacurarí.

El sacerdote se arrodilló en frente suyo, mirándolo con ternura y suave sonrisa, incitando al niño indio a sonreír.

Y observando el rudo avá en su biota, aprobaron el encuentro con el hombre blanco, entre mohines y gestos amigables.

Y el moreno niño en todo su candor, maravillado contemplaba fascinado, el pelo rojizo revuelto por el viento, y el color azul celeste de los ojos, iris que nunca había visto y se preguntó: ¿Adquirió el hombre blanco de mirar el cielo?

Más el niño manso quedó sorprendido, cuando el visitante de largo vestido, le hacía en la frente con el dedo gordo, extraña señal en forma de cruz, suave en los labios y sobrio en el pecho, mientras susurraba en extraño idioma: yo te bendigo en nombre de Dios, al par que alzaba las manos al cielo.

Si el breve mensaje no lo discernió, el niño intuyó que sería algo bueno, y esta frase pía recién entendió, cuando con el tiempo aprendió el castellano, y supo también comprender, que la voluntad de los curas Jesuitas, que nosotros habláramos español, y ellos nuestro suave aváñê`é.

El otro en llegar fue Juan, el hijo menor de un hogar humilde, cuyo contacto familiar en forma regular lo hacía con Beatriz, su única hermana mujer, por medio de largas y afectivas cartas. En una de ellas le mandó sus ‘Reflexiones para los hermanos guaraní’. 

 

Más bien que para mal

Dios nos dio la inteligencia

y depende de nosotros

emplearla con sapiencia.

 

Nos dio el alma inmortal

eterno etéreo esencial

que sutil en nuestro ser

nos escolta silencioso.

 

Es depositario inflexible

de todas nuestras acciones

y después que la muerte llegue

puntual se presentará ante Dios.

 

También nos dotó de espíritu

que es nuestro yo interior

guiando todos los actos

cedido al mundo exterior.

 

Es un costal que convive

el rencor y la ecuanimidad,

la envidia y la modestia,

la frivolidad y la austeridad,

la avaricia y la generosidad

el genial fuego sagrado

y las ascuas irrelevantes.

 

Dos alternativas contienen

dominadas por la conciencia:

aquí la fortaleza, allá la debilidad.

y ambas sometidas, a la sinceridad.

 

El espíritu de débil textura

comporta humanas miserias,

y la aplicación de injusticias

sobre indefensos y parias.

 

Al contrario, el espíritu fuerte

se apoya en la imparcialidad

del sentimiento y la razón

de la justa ecuanimidad.

 

He aquí los valores expuestos

del espíritu del hombre correcto:

la cordura del saber por un lado

y aplicación de justicia por otro.

 

Entonces, en este mes de mayo de la Virgen María, roguemos que bendiga al pueblo argentino, y nos señale el camino de reconciliación de los hombres y mujeres de nuestra patria, tan dividida por odios y rencores atávicos.

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