La vida en las manos

Martes 22 de julio de 2014
Las comunidades humanas, a través de largas tradiciones institucionales y complejas redes legales, otorgan a algunos de sus integrantes inmensos poderes sobre las vidas de los demás. El poder de portar un arma y de usarla si lo considera necesario -no sin límites-, contando con el respaldo de la ley. El poder de esposar a otro, de privarlo de su libertad. El poder de accionar ante la resistencia a la autoridad.
Cuando la sociedad delega en algunos de sus integrantes tan tremendas responsabilidades, cumple una tarea delicadísima que requiere y supone el ejercicio de una gran responsabilidad.
Estas son sólo algunas de las cuestiones que la comunidad misionera reflexiona en estos días tras el asesinato a golpes y patadas del albañil Carlos Raúl Guirula, tras ser detenido (páginas 24 y 25).
La investigación reveló detalles tan escabrosos, como que lo habrían golpeado y pateado hasta matarlo estando esposado. Y, paralelamente, otros tan burdos, como que el celular de la víctima habría sido hallado entre las prendas de vestir de uno de los policías que ahora se encuentra detenido por el caso. Y tampoco aparece la billetera en la que tenía los $1.000 que había cobrado el día del crimen por una semana de trabajo. La mayor crueldad y la mayor vileza. Matar y robarse un celular.
Sin dudas, portar un arma y vestir un uniforme no es tarea para asesinos y rateros. Y es responsabilidad de las instituciones del Estado en las que la comunidad delegó la tarea de otorgar a otros tanto poder, que esto nunca suceda.

María Marta Fierro
Prosecretaria de Redacción
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