Fiebre de selva

Viernes 25 de abril de 2014

Es un suelto con sello del Archivo de Indias. Alguien desde Santos Lugares lo envió al diario. Dice esto: “Un tripulante español de La Capitana, uno de los primeros en pisar tierra americana, cuyo nombre se ha borrado del Real Registro de Navegantes (1507), integrante de la segunda expedición  de Colón (mayo de 1493), se ocultó un tiempo de su gente, y ya dado por muerto, se adentró en las selvas americanas, virginales y desconocidas. De día lo guiaba el sol, de noche cierta constelación vista en cronicones antiguos. Nadó ríos, trepó cerros y coronó peñones pero se extravió en la selva. Deambuló cautelosamente por humedales sombríos alimentándose de frutas y animales silvestres, bebió el agua del arroyo y el misterioso elixir del rocío; soñó enigmas durmiendo a la intemperie.
Llegó en tiempo y lugar impreciso (quizás Amazonas, Guayrá, o Iguazú…) al “Pueblo de los Ciegos”, como los llamó, “porque ninguno de sus habitantes tenía ojos, usaba bastón de metro y medio, y miraban al sol de frente”. Andaban desnudos, sucios, con cabellera enmarañada pero con buen oído y olfato los ciegos lo escucharon llegar y percibieron su catinga. Hubo fortuna mutua; él estaba exhausto y desarmado, y los ciegos eran pacíficos y amigables. Lo recibieron con honores y al poco tiempo el prófugo se adaptó a las costumbres de los naturales ciegos, y comenzó a oler y andar como ellos, empuñando el bastón.
Pero su gastada alma corrompida de tanto saqueo y muerte, de avaricia y traiciones, lo llevó primero a robar, a violar a las mujeres después, y por último, a matar a los hombres, y creyéndose invisible entre esa gente imaginó que jamás sabrían quién era el criminal. Pero lo supieron. Lo amordazaron, y con espinas puntiagudas, le pincharon los ojos. Entonces supo que cada habitante del Pueblo de los Ciegos podía “intuir certezas" a través del bastón mágico. Ya sin ojos para el mundo, el tripulante de La Capitana fue expulsado, devuelto a la selva cerrada, y dice una nota marginal en las Crónicas de Bartolomé de las Casas “que murió de terror, mientras caminaba extraviado, sin rumbo, arrepentido.”


Aguará-í