Jueves bisiesto

Martes 2 de septiembre de 2014
Existen jornadas tan tediosas y lentas en su transcurrir que nos hacen sospechar de una mala interpretación de lo enseñado en la vieja fábrica de almanaques porque a veces no es “el año el que tiene 365 días”, sino que es “un día el que puede durar 365 años”, como si en ellos, como en un sueño, el tiempo se midiera con los relojes blandos de Salvador Dalí. De este singular modo diremos que casualmente el jueves pasado (28), frío y lloviznoso, poco recomendable para suicidas y sabihondos depresivos, día de huelga además, duró aún un poco más que aquello que quedó dicho del largo día porque así como cada cuatro años ocurre un año bisiesto de 366 días, (aquí seguimos los ajustes de San Gregorio) cada cuatro días ocurrirá otro día bisiesto, pero de 366 años, y contando desde el lunes que es por dónde suelen comenzar las semanas desde los relatos de Moisés en un libro famoso, el día bisiesto viene a caer justo en jueves. Bien pensada no está tan mal la cosa porque después del fatal ´cualquier domingo´ a las ocho de la noche de plenilunio brumoso ¿qué cosa hay más patética que un jueves de agosto, cercano el fin de mes, flaco el bolsillo, exhausta la billetera, y con un pronóstico meteorológico que avala el horizonte y que espantaría al temerario Hernando de Magallanes? Pero como no hay tribulación en este mundo redondo que no se pueda remediar con el antídoto de un buen sacacorchos de filo helicoidal fue sacrificado en ese aciago jueves un Latitud 33 que vino a adelantar con matiné de sueños el estreno del viernes. Y bajó Baco, el homenajeado. Treinta meses por día, entonces, a razón de 366 años por cada jueves de agosto, multiplicados por la latitud de la bodega Chandon, viene a darnos algo así como la exacta medida del tiempo, y no aquella que coloridamente difundía Alpargatas en sus almanaques y que hicieron famoso con justicia a don Florencio Molina Campos. Tenía uno colgado hasta hace poco en el rancho, pero ya no.

Aguará-í