El tren de Mandové

Viernes 31 de octubre de 2014
Hace unos años, Mandové había elegido como tema de aquel domingo ilustrado, un hecho suburbano, orillero de esos pueblos a los que el ferrocarril, vital universo sobre rieles, si bien nutrió de progreso, al abandonarlos, les dejó rezagos de una época dorada que la cultura popular siempre recicla.
Había dibujado a una familia instalada en un vagón abandonado en Posadas, o quizá en Garupá, o en tanto otro pueblerío del sur argentino, o del noroeste, si miles viven en esos vagones como Arcas que resisten su desguasado destino entorpeciendo el ánimo de la barreta y el propósito del soplete.
Mandové -que veía la vida en términos pictóricos- se había detenido en esta escena pocas veces dibujada y en su lámina todos los elementos quedaron subordinados a la unidad. Su plan consistió en acotar la zona de la lámina, definir su forma y jugar con los grises; el vagón, motivo central, guardaba, lógicamente, armonía con el entorno natural y la composición resultó sublime, con seres anónimos y a la vez conocidos, y una fauna que no resulta ajena en tanto son sus actitudes y no sus formas, las que han sido plasmadas en el grafito.
Se sentía: la sociedad y su imprevisión empujaron al pobrerío a la ardua costumbre de habitar viviendas atípicas al principio, y que luego el acostumbramiento integró al paisaje cotidiano.
Las claridades del cielo y del suelo fueron tan efectivas que bastan para dar la profundidad del contraste, ya gráfico, ya social, y la calidad de las luces interiores y la luz solar -más difusa que en estos tiempos- reflejada en las sombras, no eran sino una cualidad de este querido artista misionero cuyo ojo movió la mano que atrapó el medio.
El traslado a la impresión resultó un ponderado acierto que el artista cuidó en el tratamiento textural; Mandové dibujó su tren imaginando el marco de una página del diario y sus modernas técnicas de impresión.
Así, todo detalle marchó sobre rieles.

Aguará-í