Bastó que naciera para que empezara a recorrer un sendero sin final en el que la muerte no es sino una escala menor porque aún desde la ausencia, el Ché sigue multiplicándose: el intelectual lo admira, los jóvenes idealistas lo endiosan, los medios, al difundirlo entre los vanos intereses humanos aumentan su figura; los televisores propagan el rostro barbado de mirada inflexible, cauta y desconfiada. Las radios, su voz, su mensaje, y la descarriada internet, ambos soportes en estampida.
Biógrafos e historiadores han poblado anaqueles de las bibliotecas con sus libros ajados por el uso, subrayados, resaltados, y ostentan el liderazgo de las consultas. Ernesto Guevara, argentino-cubano, se empeñó con cuanta arma (palabra o fusil) tuvo al alcance de la mano en combatir al imperialismo mundial.
El término “guerrilla” no lo agota. Sabedor de una verdad, profanador de las jugadas del contendiente invisible - que pocos ven tras los cristales empañados del utilitarismo material - el Ché emerge cada mañana como si fuera eterno como el sol americano.