Legado histórico a la luz del presente

Domingo 9 de marzo de 2014

En 1992 el estadounidense Francis Fukuyama postuló el fin de la historia. Malinterpretado por lo tendencioso del título y luego desmentido porque la democracia liberal demostró no ser la solución superadora de la lucha ideológica, este politólogo no entendió por entonces que la historia la moldean las condiciones objetivas, el contexto, sí, pero la encarnan, la llevan puesta, le dan sentido los hombres -varones y mujeres- que día a día la hacen.
Y la Historia, con mayúscula, ha buscado por lógicas razones metodológicas ponerle un inicio y un final a los ciclos, pero nunca nada tiene un final, porque cuando algo termina, comienza algo más.
 Y en Loreto, un verde pueblo de la provincia de Corrientes, continuó a principios del siglo XIX lo que había comenzado dos siglos antes con las reducciones jesuíticas (y si hay que remontarse a la vida de los guaraníes en estas tierras, los flashbacks serían interminables).

Indígenas que buscaron tranquilidad en un lugar amigable pusieron la piedra fundacional de lo que es hoy esta localidad. Pero su historia no se terminó allí, sigue presente en las tallas, en las capillas, en los nombres y, sobre todo, en sus descendientes, hombres y mujeres que conservan el legado inmaterial y lo transmiten en pleno siglo XXI.
Entre ellos se encuentra María Silvia Chapay, anciana casi centenaria que ha sabido dignificar el recuerdo y la obra de sus antepasados, entre quienes se cuenta nada menos que el cacique Blas Chapay, uno de los fundadores del pueblo.
Ella, que sigue siendo humilde y que sigue entregándose a Dios desde donde le toca estar, es la única persona en toda la Argentina que recibió un reconocimiento como tesoro humano vivo, una categoría que creó la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).
En 1993, justo un año después de la controvertida tesis de Fukuyama (de madre japonesa), la representación de Corea del Sur en el
Consejo Ejecutivo de la Unesco propuso la creación del programa “Tesoros Humanos Vivos”, destinado a “identificar  a  los  depositarios 
del  patrimonio
cultural inmaterial, algunos de los cuales serán reconocidos mediante una distinción oficial e incitados a seguir desarrollando y transmitiendo
sus conocimientos y técnicas”.
Es precisamente en los países orientales donde más se ha desarrollado esta propuesta.
No parece una mera coincidencia que una integrante de una cultura aborigen sea la primera en Argentina en obtener este reconocimiento.
En 1817 los guaraníes que habitaban lo que otrora fueran las reducciones jesuíticas de Loreto, Candelaria y Corpus, en lo que hoy es la provincia de Misiones, huyeron de la aniquilación que ejecutaban los invasores portugueses aliados con el dictador paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia.
Al amparo de las noches, para no ser detectados, y sufriendo todo tipo de penurias, arribaron a lo que hoy es el pueblo correntino de Loreto, donde encontraron un ambiente favorable y la tranquilidad de saberse lejos del alcance del enemigo.
Llevaron consigo tallas y esculturas de la devoción católica, que se convirtieron en patronas de estancias, parajes y viviendas particulares.
Entre ellos se contaban Blas Chapay, bisabuelo de Silvia (ver página 6), y José Guayaré, antepasado de doña Chuca (ver página 9), nombres que hicieron y hacen a una historia que no se terminó y que busca ser reflotada y puesta a disposición de todos, especialmente de los jóvenes locales.

Testimonio
“Mi papá me contaba historias de su abuelo, con los indios trajeron a la Virgen. Era nuestra madre, nuestra patrona, hermosa, era una imagen grandota, ahora es más chiquita porque le robaron, una vez vino uno que decía que quería ser cura y era para robar, y robó las
prendas de la patrona, por eso se quedó chiquitita nuestra Madre”.
El recuerdo de la familia de Silvia es su propio recuerdo.
Y su propia experiencia es la de “una muchachita pobre” que pronto se quedó huérfana de madre y tuvo que criar a sus hermanitas. Más tarde tuvo que criar a sus sobrinos. Y todo lo hizo con amor.Hablar con la abuelita Chapay es enterarse de que la gente de su época
aprendía a hablar en castellano en la escuela, que el pueblito era pobre y tenía sólo una carnicería y dos almacenes.
También que no había médico y las curanderas eran la única opción. Por supuesto, con plantas medicinales “recetadas” con la sabiduría milenaria de los habitantes originarios.
Tampoco la ciencia había llegado, pero los niños tenían que venir al mundo y la partera (en ocasiones ella misma) sabía lo necesario. Y si no había sacerdote, una persona del lugar oficiaba de maestro de rezo para nacimientos y defunciones.
Por ello se busca que los poseedores de esas memorias y esos saberes puedan transmitírselos a los jóvenes, aquellos que crecerán sin rumbo si desconocen de dónde vienen.

Prudencia
El padre Héctor se hizo cargo hace poco de la parroquia de Loreto y está entusiasmado por recuperar el viejo templo (monumento histórico provincial) para la práctica del culto católico.
Hoy el lugar parece un mero depósito de piezas de valor incalculable.
El sacerdote es consciente de que los trabajos son delicados y deberán hacer lentamente, con paciencia, virtud que integra el acervo cultural aborigen.
También advierte que aunque la Iglesia quiere colaborar en el rescate del patrimonio jesuítico-guaraní, no puede correr detrás del ruido mediático y pide que se priorice la dimensión humana de María Silvia y se les preste atención a sus necesidades.
Loreto hoy busca combatir el aislamiento. El pueblo más cercano es San Miguel (también surgido del éxodo), a 40 kilómetros.
Los jóvenes estudian en escuelas que no dan abasto para tanta matrícula y son pocas las opciones una vez finalizado el colegio secundario.
Apostar al turismo parece entonces una opción viable. Bellas lagunas ofrecen sus aguas y sus playas. El ambiente, rodeado de la rica vegetación, es ideal para aislarse de los ruidos de la ciudad. Se accede desde la ruta nacional 12 avanzando unos 30 kilómetros por la ruta 118. Al posadeño le demanda unas dos horas en auto.
Pero en un lugar lleno de historia, no es mucho lo que se puede hacer para conocer el legado  de estos dos siglos.
Más allá de visitar el templo histórico y tal vez la capilla Nuestra Señora de la Candelaria, el visitante poco puede hacer por sí solo, y en la localidad no hay visitas guiadas.
Además, los propios habitantes desconocen buena parte de lo que tienen.
“Queremos trabajar en la escuela, para que cualquier habitante de Loreto sepa la historia y la pueda transmitir a los visitantes, hoy hay mucho desconocimiento. Para nosotros es normal tener una capilla antigua, no le vemos la importancia, pero tiene una gran riqueza histórica”, señala el intendente Sebastián Torales como uno de los objetivos de la gestión que recién comienza.

Ilustres y desconocidos
Hablar de Loreto es decir Mario Bofill. La casa en la que pasó su infancia el popular cantautor chamamesero se destaca en la geografía urbana. Por una de sus esquinas pasa la calle que lleva desde hace unos años el nombre del artista. A pocas cuadras, sobre esa misma arteria, vive María Silvia Chapay.
Sin dejar la música, hoy Bofill es político y desde el Senado correntino se espera que gestione beneficios para los loretanos.
La Legislatura de Corrientes homenajeó a Silvia y en cierto modo rechazó la negación de la sociedad correntina a sus raíces guaraníes, de acuerdo a lo que opina Miguel Ojeda, director de Cultura de Loreto y uno de los impulsores de la distinción a una de sus habitantes.
Pero en la localidad hay muchas otras personas que pueden ser calificadas tesoros humanos vivos, y por eso se anunció que se seguirá trabajando.
Un pueblo con un registro de dos siglos en el lugar y varios cientos de años más en la zona. Un pueblo alimentado por una fe no quiere perderse y, aunque pobre económicamente, “en historia y cultura somos ricos”.

Por Mariano Bachiller

Informe de domingo

María Silvia Chapay, digna heredera de la esencia jesuítico-guaraní
El desafío es devolverle al templo histórico su rol religioso
Doña Chuca cura enfermedades y reza ante tallas aborígenes
Educar para recibir visitantes y mejorar la infraestructura
“Corrientes niega su pasado guaraní”