Dios y César

Martes 29 de julio de 2014
Uno puede creer en un solo dios o en varios y encomendarse estoicamente a sus designios sin investigar demasiado en su origen porque no aclara mucho el intentar justificar la existencia de las divinidades sirviéndonos de las ciencias, que justamente son invocadas innecesariamente en los textos sagrados.
La religión no se lleva del todo bien ni con la historia ni con la astronomía y los argumentos de la creación o la ilación de los primeros poblamientos del planeta resultan algo endebles frente a la confrontación con otros documentos y conocimientos modernos que ponen en tela de juicio alquimia de luces, animadas esculturas de arcilla, milagros y profecías celestiales. Básicamente, los egipcios fueron desplazados por los griegos, y estos por los romanos, que llegaron hace dos mil años hasta las puertas de la mítica Nazaret.
En esa corta Historia Antigua de espadas ensangrentadas y monedas de oro, se ve que a los imperios de turno sólo les importaba conquistar tierras, sojuzgar a la gente aunque sin quitarle el derecho de sus fiestas con sacrificios de vellocinos y toros, bacanales y borracheras, siempre y cuando pagaran sus impuestos. ¿Por qué los nazarenos, por ejemplo, debían pagarle impuestos al César de Roma? cuando dudaron de no hacerlo, lo que hubiera sido revolucionario, Cristo reconoció la deuda y pronunció una de sus parábolas más desafortunadas: “Al César lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios”. ¿Pero qué era aquello que él llamaba `lo del César´ sino un arrebato a `lo que era de Dios´?
El concepto de deuda, herramienta fundamental para mantener el vínculo entre el acreedor y su víctima, es pilar del Derecho Romano que aún rige Occidente. El hombre moderno balbucea: `A Dios, vaya y pase, lo suyo, y sólo si sobrase algo, al César´ porque viendo que este lo esclaviza y aquel demora eternamente la ayuda, ya descree de ambos, como cuando los mendigos llegan a nuestra mesa de café fiado y los despachamos de a uno con un displicente gesto de hartazgo.

Aguará-í