Fanáticos: El corazón manda

Martes 30 de septiembre de 2014 | 11:17hs.
Postal inequívoca. | Cuando sólo era un niño, Mono Villalba pisó el Ángel Clemente Fernández de Oliveira, y desde entonces no dejó de seguir a Guaraní. “Ahí me di cuenta que encontré mi lugar”. | Foto: Marcelo Rodríguez

Ser o no ser! Esa es la cuestión. Fanático se es o no se es. No hay lugar a equívocos.
Ahora bien, ¿por qué una persona es fanática de algo o de alguien? ¿Qué lo mueve? ¿Se justifica el fanatismo? ¿Es bueno o malo ser fanático? ¿Por qué?

 

Al menos en el ámbito deportivo, donde se incluye el hobby, los fanáticos están vistos como… cómo decirlo… como ‘loquitos’. Y es justamente esta ‘locura’ la que los diferencia de otros simpatizantes, adeptos, seguidores, partidarios, amantes o pasionales de alguna cosa. El fanático es incondicional. En la mayoría de los casos, considera ese fanatismo por algo o por alguien como lo más importante en su vida. Sus alegrías y tristezas se potencian de acuerdo a lo que suceda con aquello a lo que no puede dejar de pensar.

 

El fanatismo es una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exacerbada, desmedida y tenaz. Esto hace que un fanático en casos extremos hasta pierda la racionalidad. Pero un fanático no debe analizarse de acuerdo a sus actos racionales o irracionales, sino fundamentalmente por sus actitudes y/o comportamientos.

 

En el mundo del deporte, un fanático es aquel que simpatiza por un determinado equipo y que se siente identificado por los jugadores, por un estilo definido, por los colores, etcétera, de ese equipo. Que se regocija y goza cuando su equipo gana y del mismo modo sufre y se angustia cuando pierde. Y que siempre, o casi siempre, se dedica a gritar, insultar y sufrir durante el tiempo en que dure dicho partido.

 

Son los fanáticos más comunes, los que afloran en cualquier competencia masiva. Pero no los únicos.

 

Así como algunos ‘mueren’ por su equipo, están aquellos que lo hacen por un deportista, a quien consideran, como mínimo, un ídolo. Son los que saben vida y obra de su idolatrado. Consumen cuanto producto aparezca de él y en muchos casos coleccionan pósters, afiches, estampillas, etcétera.

 

Están los otros fanáticos, tal vez más ‘centrados’ que los dos anteriores, que ‘pierden la cabeza’ por un deporte. Acá sobresalen aquellos que incursionan en los deportes extremos y que no se cansan de practicarlo en cuanta ocasión se les presenta.

 

En todos los casos, los fanáticos comparten un denominador común que tiene que ver con sacrificar momentos, situaciones e importantes cosas materiales para potenciar esa especial y, complicada de explicar, relación entre las partes.

 

No se explica, se siente
Aquel que va a la cancha, adornado con los colores de su equipo, predispuesto a quedar afónico de tanto gritar y con el interminable diccionario de insultos bajo el brazo, ¿por qué lo hace? ¿Tiene algún sentido relegar mi estado de ánimo a un simple resultado deportivo, sobre todo cuando no hay ningún tipo de mérito de mi parte? De afuera, no. Claramente, no tiene sentido. Pero un fanático no explica… siente. Siente un cosquilleo, una corriente de energía que le recorre el cuerpo, que le produce excitación, ardor, exaltación y que le da sentido a su vida. El que se considera fanático ni siquiera puede explicar lo que siente, sólo sabe que siente algo distinto. Y que le da placer o desazón y bronca, según sea el caso.

 

Igual de llamativo es el caso de aquellos que se fanatizan por otra persona de carne y hueso. Esas personas encuentran perfecto todo lo que hace, piensa o dice su ídolo. Casi no le encuentran defectos y, si los llegasen a tener, pueden fácilmente justificarlos. Quieren imitarlo en todo aquello que puedan y hasta circunscriben aspectos de sus vidas con cuestiones relacionadas a dicho personaje. Muchos, incluso, les ponen a sus hijos los nombres de sus ídolos o las iniciales del mismo. ¿Y los tatuajes?

 

Al momento de desmenuzar los diferentes tipos de fanatismo dentro del deporte, el más ‘sano’ parece ser aquel relacionado con los hobbies. Si bien existe un entusiasmo muy marcado por parte de quienes los practican, estos fanáticos se diferencian de los anteriores porque no dependen de terceros para encontrar regocijo y satisfacción, sino que lo encuentran en la realización de sus propias actividades.

 

Sea para con un equipo, un deportista o una cierta actividad, muchas veces los fanáticos buscan integración entre ellos formando grupos de fans y potenciando así dicho fanatismo. Un fanático, potenciado, llega al clímax. Pasen y vean algunos ejemplos.

 

El fanático no controla sus emociones

Deporte, hincha, fanatismo, agresión, violencia. Dentro del área deportiva puede realizarse una clara definición entre quien es un “hincha” (expresión popular que denota a quien “sopla”) y quien es un fanático (del latín phanaticus, perteneciente al templo). La principal distinción está tipificada por el orden de la intensidad de sus emociones y el control o no de ellas.

 

En el “hincha” hay una participación afectiva e identificación con su club o equipo sin un grado de agresividad tan intenso como en el fanático. El hincha participa en forma constante y leal, con un mínimo de agresividad, siendo más participativo y controlando sus conductas en forma razonable, mientras que en el fanatismo encontramos una excedencia, un desborde conductual promoviendo en muchas oportunidades todo tipo de disturbios e inconvenientes, no solamente dirigidos a su equipo o club, sino también a la figura del árbitro, a las instalaciones y hasta las propiedades del jugador.

 

El grado máximo de fanatismo apoyado y sostenido además por intereses económicos y políticos, se da en las denominadas barras bravas. El otro no es vivenciado como un contrincante sino como un enemigo.

 

Si bien en todos los deportes puede haber hinchas o fanáticos, es en el campo del futbol -deporte masivo y escenográfico por excelencia-, donde puede observarse con mayor claridad este tipo de manifestaciones emocionales vinculadas a las masas.

 

El fanático posee una estructura de personalidad mucho más agresiva y está bajo el imperio de un proceso psicológico denominado “proyección”, colocando en otros lo peor de sí.

 

En el fanatismo todos son iguales, no hay diferenciación entre los individuos, perdiendo la objetividad y anulando temporalmente su capacidad de razonamiento. Es totalmente apasionado y está convencido de que lo que él piensa y siente es lo que otros deben pensar y sentir.

 

Por Gustavo Hollmann
deportes@elterritorio.com.ar

 

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