Señor director:
Gracias a los medios de comunicación, radiales, escritos y televisivos de la provincia y del país, estamos informados del brutal asesinato del trabajador (albañil) Carlos Raúl Guirula, casado con cuatro hijos.
Señor Director:
La guerra con origen religioso debe tener una solución religiosa. Hacemos a un Dios a la medida de nuestros intereses y deseos que del verdadero no queda nada; esa excusa es muy perversa, el poner a Dios de nuestro lado. Es más fácil atarse a las creencias que mirar a la verdad a los ojos, amarrados a la letra de la ley petrificamos al corazón. Aunque es verdad Dios pone los ojos en un linaje, en el linaje de la gente que presta servicio a los demás. La tierra que Dios quiere que cultivemos es la tierra del corazón, para dar buen fruto debemos abonarlo con buenas obras, empezando por respetar al prójimo, así, quizá podamos vislumbrar un poco de la grandeza de Dios.
¿Cuál es la solución al conflicto en Franja de Gaza? La convivencia. No hay otro. Quien desea vivir debe aprender a convivir, desde niños sobrevivimos gracias a nuestros padres que nos cuidaron, lo que demuestra nuestra fragilidad y alteridad; que a su vez es la fortaleza de nuestra especie.
La tolerancia, el entender al otro como diferente y respetarlo en su individualidad e idiosincrasia. Los muros son buenos entre vecinos, pero no entre pueblos. Porque la cultura, como los genes, mientras más se mezcla, más se enriquece. Los muros de piedra no pueden separar los sentimientos del corazón, aceptar al otro es el principio de la convivencia; allí donde se lo acepta, se lo conoce, se pierden los miedos, aparecen más las semejanzas que las diferencias y brota el reconocimiento de sus derechos como persona.
Así como la flor no puede crecer entre piedras, la amistad no puede crecer entre corazones de piedra. La amistad, palabra que encierra el misterio del ser humano, a lo mejor sea nuestro propósito en la tierra, volvernos amigos de Dios y amigos del otro, empezando por la familia y volcando sentimientos positivos a la sociedad donde vivimos, donde la nación, como la familia debe servirnos para entender mejor al otro no para negarlo, encerrarse en un gueto es tan egoísta como querer destruirlo.
El perdón, poner las manos en el arado y mirar para adelante, dejando atrás los odios y rencores, la furia disminuye nuestra humanidad, nos asemeja más al primate que al creador; somos imagen y semejanza suya, es perdonando como lo glorificamos. No es fácil e ahí el mérito, porque si respetamos a los que nos respetan y perdonamos a los que nos perdonan, esto lo hacen hasta los malvados que se ríen de su ignominia. Respetar a los que nos ultrajan es poner brasas sobre nuestra cabeza. Dios bendice a los que bendicen, espera a los que maldicen que un rayo de sol ilumine su corazón de piedra y quite las escamas de su indiferencia abriendo sus pupilas a la belleza que nos rodea. No hay guerra donde se respeta la vida, no hay guerra donde reina la alegría.
Pablo Martin Gallero
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